25 de enero, 2023
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A través de este relato nos adentramos en una residencia el día en que estrena una nueva tecnología. De la mano de Alicia descubrimos paso a paso cómo una aplicación como Calas, de Iseco, puede hacer mejor y más fácil la atención a los residentes.

A Alicia la vocación por ser gerocultora le llegó un poco tarde. En realidad fue como de rebote. Había que trabajar como fuera y la oportunidad le vino de la mano de la residencia de su pueblo. Siempre le había gustado estar con gente mayor, también con niños, pero es que los mayores son tan agradecidos que no parece que estés trabajando, sino acompañándolos en su día a día.

Ese día, en la hora del café, comentaba con otras compañeras el turno de la mañana. Lo cierto es que el momento de “las levantadas” es el más ajetreado del día con mucha diferencia. Hay muchas cosas que hacer y, en ocasiones, es difícil compaginar el cuidado de los residentes con la información que hay que ir generando para que la gestión sea cada día mejor.

La gran novedad de esa mañana era la nueva aplicación para gestión de tareas que les había puesto el centro para trabajar. Era la comidilla de la hora del café. Alicia se cambió en el vestuario. Le gustaba llegar un poco antes para organizarse mentalmente el trabajo, antes del bullicio de las primeras horas. Ese día, la supervisora le dio un móvil y le preguntó si recordaba cómo funcionaba la aplicación.

El equipo de Iseco le había dado una formación hacía un par de días, aunque el manejo le pareció muy intuitivo. De todas formas, siempre están los nervios de la primera vez. Sonrió casi sin darse cuenta. Encender el móvil y buscar el icono de la aplicación Calas, recordó mentalmente. Luego, leer la tarjeta de trabajadora para identificarse e iniciar sesión.

Cuando la pantalla de Calas se encendió, aparecieron directamente las habitaciones en las que Alicia tenía tareas pendientes. Recordó que Calas lee del plan de cuidados del centro, con lo que no es preciso memorizar nada, simplemente “dejarse llevar” por la aplicación. Además, que las habitaciones estuvieran en distintos colores era interesante: rojo para las habitaciones en las que tengo más de cinco tareas pendientes, amarillo si hay menos de cinco y azul si no hay nada que hacer. Lo recordaba del curso. Bien, eso será interesante en otro momento del día, porque cuando toca levantar a los residentes, lo mejor es seguir el orden del propio pasillo, es lo más rápido.

Al entrar en la primera habitación que le tocaba, simplemente tuvo que acercar el móvil a la señalética: allí había una etiqueta identificativa de la habitación que podía leer el terminal. Eso se lo habían explicado en el curso, pero no le quedó muy claro cómo funcionaba. A veces la tecnología tiene cierto aire de misterio. Automáticamente aparecieron en la pantalla las fotos de los dos residentes que vivían allí. Eran dos hermanos que ella conocía, porque habían sido amigos de sus abuelos. No hacía falta ni que leyera los nombres, al ver la foto en la pantalla ya sabía quién era cada uno de ellos.

Empezaría por Aurelio. Siempre era más renegón al levantarse que su hermano Antonio. La sonrisa volvió a iluminar su cara recordando aquella vez que… es igual, hay que centrarse en el trabajo. Las tareas que hay que hacer a primera hora son muchas y muy diferentes. Cambian de un residente a otro. Un simple vistazo a la pantalla del móvil le sirvió a Alicia para saber qué hacer. Cada vez que realizaba una tarea solo tenía que registrarla en el terminal: sencillo y rápido. Por un momento recordó la famosa libreta donde apuntaban todo antes. En realidad, parece que hace un mundo, pero hasta ayer era la forma que tenían de trabajar. Quién le hubiera dicho que un cambio tan importante pudiera hacerse en tan solo un día.

Cada vez que marcaba en la pantalla una de las tareas realizadas, ésta desaparecía y solo le quedaban visibles las tareas pendientes. En una de esas, sintió la necesidad de introducir más información. Aurelio tenía una pierna un poco enrojecida. Sería bueno crear un seguimiento. Recordó del curso cómo hacerlo. Repasó mentalmente: “pulsar el icono con el micrófono y hablar con voz clara al terminal”. La pantalla transcribió automáticamente a texto su mensaje. A continuación, al pulsar el botón de realizar tarea, todo quedó guardado en el sistema de gestión del centro, incluyendo su nota de voz, convertida en un seguimiento que podrían ver sus compañeros.

Hasta la pequeña parada para un café, estuvo utilizando la nueva aplicación de Iseco. Poder marcar varias tareas al mismo tiempo, en lugar de una a una, le pareció una funcionalidad fantástica. Volvió a pensar lo incomprensible que era para ella la tecnología y cómo puede revolucionar nuestras vidas para mejorarlas. Recordó del curso el significado de Calas: calidad asistencial. La verdad es que olvidar el papel era una mejora realmente importante. Si repasaba mentalmente lo que había hecho esa mañana, se daba cuenta del tiempo ganado para poder cuidar a los residentes, para preguntar a Antonio y Aurelio por sus nietos sin despistarse teniendo que apuntar nada. Y sabía, porque se lo habían contado, que la información había viajado, o como se diga en lenguaje técnico, al software de gestión de la residencia; así no hay problemas de transcripción de información, ni pérdidas de tiempo de ninguna compañera teniendo que leer de ningún papel para pasarlo posteriormente a un ordenador.

Hacía pocos meses habían cambiado en la residencia el sistema paciente-enfermera. Qué curiosa es la tecnología -volvió a pensar-. La marca de lo que pusieron no es de Iseco y, sin embargo, la app de gestión de tareas funciona perfectamente y sin tener que cambiar nada en la habitación. De nuevo se dio cuenta de lo poco que sabía de tecnología. Supongo que lo mismo que los informáticos saben de cuidar a los mayores.

El sabor del café le devolvió a la realidad. Todos sus compañeros estaban comentando justamente lo mismo. Lo sencillo que había sido el cambio del papel al mundo digital. Incluso Julián, que no había asistido al curso porque estaba enfermo, había usado el sistema sin mayores problemas. También él se atrevió a introducir una nota de voz.

Ana, que es la nueva informática de la residencia, se reía al escuchar los comentarios de sus compañeros. Solo han usado una parte de la aplicación y ya están entusiasmados -pensó-. Nunca habría imaginado que digitalizar un centro le hubiera dado tanta satisfacción. Ahora le daba rabia no haber puesto el sistema paciente-enfermera de Iseco. En ese caso la app también podría recibir las alarmas del sistema y hablar con los residentes, utilizando el propio terminal móvil. Aunque habían realizado la inversión hacía poco tiempo, estaban estudiando poner el sistema de Iseco en la nueva ala de la residencia que se inaugurará en pocos meses. La verdad es que la modalidad de pago por uso hacía más sencillo acometer una inversión como esa.

Los gerocultores empezaban a dejar sus vasos de café para seguir con su turno de trabajo. Ana recordó de repente el tema de la lavandería. Sus compañeros aún no lo sabían, pero cuando pusieran el nuevo sistema de gestión de prendas de Iseco, los cafés se iban a volver todavía más interesantes. Por fin podrían quitarse de en medio ese arcaico sistema de control de errantes y vincularlo con la gestión de lavandería. Pensó en Aurelio, que se quejaba siempre de que sus pantalones verdes favoritos aparecían en todas partes, menos en su armario. Se acabó ese trastorno para siempre. Dejó el café y acompañó a Alicia al jardín. Hacía un día de primavera magnífico.

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