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Oriol Fuertes, Fundador y CEO de Qida
La dependencia sobrevenida nos recuerda la fragilidad inherente a la vida cotidiana y la importancia de contar con estructuras preparadas para responder a lo inesperado. No se trata solo de gestionar ayudas, sino de acompañar transiciones vitales que, en muchos casos, redefinen por completo el modo de vivir y de relacionarse con el entorno.
Se denomina dependencia sobrevenida a la situación en la que una persona pierde autonomía de forma súbita tras un evento como un ictus, un accidente o una enfermedad grave. A diferencia de la dependencia progresiva, requiere una respuesta rápida para evitar cronificación, y supone un reto sanitario y social importante.
En los últimos años, la atención a este tipo de dependencia ha avanzado de manera notable. Según los datos más recientes del Sistema para la Autonomía y Atención a la Dependencia (SAAD), el tiempo medio de acceso a las prestaciones se ha reducido cerca de un 15% en los últimos cinco años.
Se trata de un progreso significativo que refleja los esfuerzos realizados para mejorar la eficiencia del sistema. Sin embargo, este avance no basta para resolver un problema complejo que exige rapidez, pero también coordinación, previsión y una atención verdaderamente centrada en la persona.
La Ley de Dependencia, una herramienta clave
Nos encontramos en un momento clave, con la reciente propuesta de reforma de la Ley de Dependencia como telón de fondo, que busca reforzar la atención domiciliaria y regular la figura de las personas que cuidan. En conjunto, estos cambios apuntan hacia un modelo más flexible y adaptado a las necesidades reales de quienes ven alterada su autonomía de manera inesperada, de modo que puede convertirse en una herramienta fundamental para solucionar algunos de los desafíos presentes y futuros.
Entre los retos principales que siguen pendientes se encuentran los trámites burocráticos, que tienden a alargar el acceso a la atención necesaria. Otros riesgos muy importantes en la realidad actual son la desigualdad territorial y la falta de recursos, que traen consigo una sobrecarga para las personas cuidadoras informales, habitualmente familiares.
Además, no debemos olvidar que la proactividad y la rapidez en la atención a las personas con dependencia sobrevenida son uno de los elementos fundamentales. Su atención requiere anticipación, planificación y coordinación entre todos los actores implicados, desde los servicios sanitarios y sociales hasta las familias y profesionales del cuidado. Una respuesta precoz y coordinada puede marcar una diferencia significativa tanto en la recuperación funcional de la persona como en su bienestar psicológico y social.
La agilización de los trámites administrativos y la priorización médico-social de quienes tienen dependencia sobrevenida para intervenciones tempranas son algunos puntos fundamentales de mejora. Junto a ellos y no menos importante, se hace imprescindible el incremento de los recursos humanos dedicados a estos usuarios y usuarias reforzar y el apoyo profesional en los cuidados, para que no recaigan mayoritariamente en familiares y otras personas cuidadoras informales, con una remuneración y formación suficientes y un adecuado soporte psicológico.
Asimismo, la tecnología puede desempeñar un papel fundamental en esta transformación, facilitando una atención más coordinada, eficiente y personalizada, tanto para los profesionales como para las familias.
En definitiva, la dependencia sobrevenida constituye uno de los mayores desafíos del actual sistema de atención social, no solo por la urgencia con la que se manifiesta, sino por la complejidad de la respuesta que exige. Afrontarla adecuadamente implica avanzar hacia un modelo que combine agilidad administrativa, coordinación entre ámbitos sanitarios y sociales, y un acompañamiento humano sostenido en el tiempo.